Todos los caminos llevan a Ninh Binh

Un Regreso con Hambre: Reflexiones de un Viajero en Vietnam


Tras una mañana que había sido poco menos que mágica, llena de paisajes alucinantes y momentos de ensueño, llegó la hora de regresar al pueblo. A diferencia del camino de ida, esta vez me sentía más confiado, convencido de que regresar sería más sencillo porque ya "me sabía" el camino. Sin embargo, había un nuevo factor que marcaba la diferencia: el hambre.




Al avanzar en mi bicicleta por las carreteras que rodean Trang An, no tardé en notar varios restaurantes a lo largo del camino. Había observado algunos durante mi trayecto inicial, así que solo era cuestión de elegir el que pareciera más limpio, bonito y acogedor. Aproximadamente tres kilómetros después —aunque admito que el número es una estimación, ya que podría haber sido mucho más— vi el primer lugar. Era un restaurante típico, amplio, con una decoración al estilo vietnamita y claramente orientado a recibir a grupos de turistas que llegaban en autobuses. El lugar parecía bien establecido, con mesas grandes, espacio para estacionar y un ambiente casero.



Entré con esperanza, pero pronto las cosas tomaron un giro inesperado. El menú llegó a mis manos y, con él, una serie de precios que me dejaron atónito: eran diez veces más altos de lo que había estado acostumbrado a pagar durante mi viaje. Intenté comunicarme con la persona que me atendió, pero su inglés era escaso y mi vietnamita inexistente. La conversación fue un vaivén de gestos y señales que solo acrecentó la confusión. Al final, decidí salir del lugar sin ordenar nada.

The walk of shame

Dejar un restaurante después de haber entrado puede ser un acto que, para algunos, resulta embarazoso. Sin embargo, he aprendido a no sentir pena por tomar decisiones que prioricen mi comodidad y presupuesto. Aún así, la incertidumbre persistía: ¿cuánto tiempo tendría que pedalear antes de encontrar otro lugar para comer?


La carretera estaba flanqueada por una sucesión de restaurantes similares, cada uno adornado con elementos típicos: lámparas chinas, banderas de Vietnam y letreros escritos en un idioma que no comprendía. Muchos de ellos estaban completamente vacíos, algo que no inspiraba demasiada confianza. También pasé frente a un hotel pegado a la montaña que, con su apariencia imponente, me hizo imaginar que debía ser caro. Seguramente ofrecía vistas espectaculares y quizá hasta un lago interior, pero no era una opción viable para alguien que buscaba una comida sencilla y accesible.


El hambre creció mientras seguía pedaleando, pero también lo hizo mi determinación. Al reflexionar sobre la situación, me di cuenta de que este pequeño reto era una metáfora del viaje mismo. La vida como viajero está llena de momentos de incertidumbre, decisiones improvisadas y la búsqueda constante de algo mejor. No se trata solo de satisfacer necesidades inmediatas, como el hambre, sino de encontrar experiencias que se sientan genuinas y memorables.

De vuelta a Ninh Binh

Despues de un rato, el cùal me pareciò mucho màs corto que la ida, lleguè de nuevo al pueblo y practicamente a la entrada vi un restaurante muy bonito, adornado con algunas plantas y muy al estilo "nice" vietanmita, que consite, primero que nada, en tener mesas al exterior con comenzales extranjeros validando que el lugar es bueno, tiene buen precio y la comida va a ser rica. Mobiliario de bambù, plantas y flores naturales y lamparas chinas hacian una atmosfera que guardo en mi memoria junto con el sabor de un te de macha helado, una comida deliciosa que consitiò en una ensalada de pollo el cual estaba sazonado con un sabor muy especial, el platilo incluia arroz y un huevo frito, en la ensalda habìa tambien algunas frutas y verduras que elevaban el sabor, todo esto utilizndo los tipicos palillos chinos y la tipica, tambien, cuchara vietnamita. Fuè un momento de relajaciòn despues de recorrer 40 kilometros de ida y vuelta. Ese momento me recordó que, en los viajes —y en la vida—, a veces es necesario pedalear un poco más para encontrar lo que realmente vale la pena.




El lugar estaba lleno de una energía vibrante, casi desbordante, como si todos los jóvenes de la región hubieran decidido reunirse allí al mismo tiempo. Estudiantes de rostro fresco y voces alegres entraban y salían, algunos con libros bajo el brazo, otros con una despreocupación que solo la juventud puede permitirse. Junto a mi mesa, una pared cubierta de plantas trepadoras parecía atraerlos como un imán, un fondo perfecto para sus retratos, aunque el objetivo de sus fotografías iba más allá de las hojas y flores. Involuntariamente, yo también me convertía en parte del cuadro.

Sentado con mi barba de meses y mis ropas de occidente, era inevitable que llamara la atención. Me convertí, sin proponérmelo, en un personaje peculiar en su galería de recuerdos. Sin embargo, no me molestaba. Había algo curiosamente entretenido en ver cómo posaban, cómo reían, y cómo, de reojo, me miraban para comprobar si yo advertía mi papel en su teatro fotográfico. Y así, con cierta resignación y algo de humor, sonreía para cada cámara que, con o sin intención, me hacía partícipe de sus fugaces memorias.


Terminé de comer. No tenía hambre, pero el frío café salado me llamó. No pude resistirlo. Si algo me haría volver a Vietnam, más allá de la gente amable, más allá de los templos antiguos y los paisajes que parecen sueños, sería el café. El café, siempre el café. En cada presentación, en cada sorbo, es algo que no se olvida. Es barato, delicioso y cien veces mejor que cualquier cadena comercial. Este café salado, en particular, era un misterio. El robusta fuerte se mezclaba con la sal, y juntos revelaban algo inesperado: un equilibrio entre lo dulce y lo amargo, cubierto por una cremosidad que se quedaba contigo. Su sabor, como caramelo salado, era sorprendente. Y te hace querer más.



El dia había llegado a la mitad, tenia todavia otro plan, uno que sin querer se estaba gestando, sin querer queriendo había logrado realizar la hazaña que me habían dicho que iba a ser casi imposible de realizar, ir a Trang An, regresar y poder ver el complejo de templos que se ocultaba tras esa pared misteriosa que había visto el día anterior. Lo que me esperaba sería una sorpresa a la cúal no estaba preparado, simplemente porque en esta ocasión había decidido no investigar mucho sobre el lugar y dejarme sorprender. Esta sencilla forma de viajar, con este cambio sutil de dejar que las cosas me encuentren se volvió parte de mis viajes posteriores, no diré que al 100% pero si en cierta medida. Con la panza llena y el corazón contento tomé mi bicicleta y me aventuré a lo desconocido...

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